ENVEJECER

Un día nuestro hijos se irán de casa, nos quedaremos solos y empezaremos a envejecer.
Y cuando llegué ese día, releeré estas palabras de F. Scott Fitzgerald:
«Al final tendrán que derrotarnos, como toda generación tiene que derrotar a la anterior. Y si mi hijo es mejor hombre que yo, acudirá a mí al final y no me dirá «Padre, tenías razón acerca de la vida» sino «Padre, te equivocaste por completo».
Y cuando llegue el momento, que llegará, ojalá yo tenga la rectitud y la sensatez para decir: «Buena suerte y adiós, porque una vez fui dueño de tu mundo, pero ya no lo soy. Emprende ahora con arrojo tu camino hacia la lucha, y déjame descansar, entre todas esas gratas equivocaciones a las que he tenido tanto apego, porque soy viejo y ya he cumplido mi trabajo».
Pero seguro que entonces también se me vendrán a la memoria las escenas lentas y llenas de melancolía de «El sabor del sake», la magnífica película de Yasujirô Ozu, en la que al final el señor Hirayama se decide a casar a su hija Michiko, que cuidaba de él, y se queda bebiendo sake, puede que con la satisfacción del deber cumplido, pero solo, irremediablemente solo.