HYDE

Hyde es un concentrado de maldad pura, un ser que provoca una desagradable sensación de rechazo en todo el que lo ve. Sin embargo, salvo que pisotea con saña a una niña y que mata a bastonazos a un venerable anciano, nada más se nos dice en el librito de Stevenson de sus fechorías, probablemente debido a que bajo el imperativo de la rígida moral victoriana, cualquier descripción más subida de tono hubiera impedido el éxito comercial de la obra; de manera que, ante tan obvio silencio, es al lector al que le toca adivinar la naturaleza de los vicios que el respetable Jeckyl, para no dejar de serlo, pretendía endosar sobre las espaldas de Hyde; y gracias a ese pudor, o astucia narrativa, “Dr. Jeckyl y Mr. Hyde” sigue manteniendo a fecha de hoy intacta su frescura, dejándonos vía libre para imaginar qué haríamos si por una de aquellas a nosotros también nos fuera permitido dejar suelto al Hyde que seguro que todos llevamos dentro.

CON LA MIEL EN LOS LABIOS

ROBERT LOUIS STEVENSON
Robert Louis Stevenson, en Nota sobre el realismo comienza afirmando que la pasión, la sabiduría, la fuerza creativa y la habilidad para proponer intrigas, son cualidades con las que nacemos; y que en cambio, el estilo, que es la impronta inconfundible del maestro, y que consiste en el uso preciso e inteligente de estas cualidades, sí se puede mejorar.
Y para comprobar hasta qué extremo confluyen en él técnica y talento no hay que irse a obras suyas de sobra conocidas como El diablo de la botella o La isla del tesoro, por citar algunas; basta leer en otro de sus ensayos, Charla sobre la novela, esta simple evocación del recuerdo de algunos pasajes de novelas que en su casa se leían en voz alta durante su infancia: “De uno de ellos conservo un recuerdo un poco impreciso; una casa grande y oscura en la noche, y unas personas que suben a tientas las escaleras, a la luz que se filtraba por la puerta abierta de la habitación de un enfermo. En otro, un amante abandona el baile y pasea por un parque fresco y húmedo desde donde puede observar las ventanas iluminadas y las figuras de los bailarines al moverse. En el último, un poeta que había estado discutiendo trágicamente con su mujer recorre la playa en una noche tempestuosa y presencia los horrores de un naufragio”.
¿A que nos deja con la miel en los labios y nos gustaría que continuaran estas historias, seguir leyendo más?

JECKYLL

En su obra “Dr. Jeckyll y Mr. Hyde” Stevenson, anticipándose a Freud, se plantea el problema de la identidad humana. ¿Quiénes somos? En su confesión final, Jeckyll dice que el hombre no es verdaderamente uno, sino verdaderamente dos. Digo dos, porque el estado actual de mi conocimiento no me permite ir más allá. Otros seguirán, otros llegarán más lejos que yo en el recorrido de esas mismas líneas; y yo me aventuro a conjeturar que a la postre se sabrá que el hombre es una mera sociedad de múltiples habitantes, incongruentes e independientes entre sí.
Convencido de esto que afirma, Jeckyll se ha dedicado a experimentar en su laboratorio hasta encontrar un compuesto químico que le permita escindirse en sus dos mitades, una, la buena, materializada en el respetable Dr. Jeckyll que todos conocen; y otra, la mala, que se concentra en Hyde, ser de aspecto repulsivo, que disfruta con el crimen y la maldad. El problema es que al final el experimento se le escapa de las manos, y él cada vez es más Hyde y menos Jeckyll, y en el momento en que se le acaba la droga Jeckyll sabe que ya no podrá controlar más esta metamorfosis, y que si vive, vivirá como Hyde, y entonces él ya no será él.
Y como a veces la vida imita maravillosamente al arte, se da la circunstancia de que Stevenson, víctima de una apoplejía que acabó con él en dos horas, exclamó poco antes de morir: ¡Cómo me ha cambiado la cara!, lo mismo que probablemente había exclamado el Dr. Jeckyll, su criatura, al contemplarse en el espejo transformado en Hyde.

84, CHARING CROSS ROAD

Corre el año 1949. La escritora estadounidense Helene Hanff descubre en la “Saturday Review of Literature” el anuncio de una librería, Marks & Co., en el 84 de Charing Cross Road, especializada en libros agotados, y se decide a escribir para encargar uno. Comienza así una correspondencia entre ella y Frank Doel, un empleado de la librería, que se prolongará a lo largo de veinte años, en la que se nos habla de libros, Stevenson, el Nuevo Testamento, Tristram Shandy, Tocqueville, Saint Simon, Virginia Woolf, editados en preciosas ediciones, con “páginas de tacto tan suave que semejan de pergamino”, pero, junto a pedidos y facturas, también de pequeños detalles de la vida cotidiana, de los paquetes de comida que Helen envía a sus amigos, huevo en polvo, galletas, jamón, para aliviar la escasez de los años de postguerra en Inglaterra; de sueños y de amistad.
Helene Hanff malvivió toda su vida escribiendo obras de teatro y guiones, y, gracias a la publicación de esta correspondencia privada, consiguió el éxito y la fama, y pudo por fin realizar su sueño de viajar a Inglaterra, si bien nunca salió de apuros económicos, y murió pobremente a los ochenta años de edad en un asilo de Manhattan.
La obra ha conocido sucesivas ediciones, y ha sido adaptada a la televisión y al teatro. Su versión cinematográfica fue dirigida en 1987 por David Jones, con Anthony Hopkins y Anne Bancroft en el reparto, y recrea muy bien ese amor por los libros y por las librerías de sus protagonistas. Marks & Co. hoy ya no existe, pero en el lugar donde estuvo, una placa la recuerda, tanto a ella, como al libro que la hizo célebre a ambos lados del Atlántico.